lunes, 25 de julio de 2011

16 - Dos clientes

Escogieron mi bar por casualidad, sin duda. Entraron poco antes de la hora de cierre. Uno era de mediana edad, alto, muy delgado, con la cabeza afeitada, vestido de manera informal pero elegante y con un ligero acento gallego. El otro era algo más joven y algo más bajo, también con ropa y reloj de marca exclusiva, pero con una voz y unos rasgos tan vulgares que ya no los recuerdo.

No fueron groseros, pero sí secos. Noté que estaban acostumbrados a que sus órdenes se obedecieran sin rechistar. Pidieron bebidas caras y se sentaron en la mesa más apartada de la barra. No suelo prestar atención a las conversaciones de mis clientes, pero ya no había nadie más en el bar, y ellos hablaban en un tono bastante alto, como si no les importase que les oyera. Hablaron de su hándicap de golf, de veleros, de mujeres y de negocios. Legales, aunque poco limpios. Por fin, después de un buen rato, el más alto pidió la cuenta. Mientras se la preparaba, oí al de los rasgos vulgares contarle a su amigo una anécdota. Cómo la hija adolescente de uno de sus arrendatarios, con lágrimas en los ojos, había aceptado acostarse con él para que no los desahuciara. Cómo, pese a ello, poco después los había «lanzado», como se dice en la jerga. Y cómo, al día siguiente, el padre se había ahorcado. «Vaya “pringao”», comentó el más alto. Los dos rieron con ganas.

La Policía lleva unos días rastreando la zona. Un agente acaba de preguntarme si los he visto. Pero no se le ha ocurrido buscarlos en el patio trasero de mi bar.

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2 comentarios:

  1. La narración me gusta, me chirría un poco el cierre. Seguro que sabes rematarlo mejor.
    Aún así me gustó.

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  2. Después de releer el texto unas cuantas veces, creo que tienes razón. El final era un tanto brusco, así que lo he cambiado por otro un poco más "sutil".

    Un abrazo y gracias por leerme y por tus comentarios.

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